Superaron volcanes, incendios y pandemia para tener su bodega en Lago Puelo

"Desde que pusimos la primera planta hasta que vendimos la primera botella, pasaron trece años", la frase de Pedro Adamow no es sólo una cifra: es un resumen exacto del largo, difícil y hermoso camino que recorrieron junto a su esposa Carina Noya para convertir un bosque patagónico en una bodega que hoy produce hasta 5.000 botellas al año.

Todo comenzó en Ushuaia. Allí vivían Pedro y Carina con sus hijos, hasta que un día decidieron cambiar de rumbo. "Por planificación familiar terminamos aquí", cuenta Pedro, que ahora vive en Cerro Radal, una zona suburbana entre Lago Puelo, El Hoyo y El Bolsón, a 120 kilómetros al sur de Bariloche. 

"La idea de venirnos sí estuvo desde el principio. Pero el proyecto nació aquí. Cuando llegamos, comenzamos a limpiar el terreno, que era un bosque. Y ahí surgió la idea de plantar viñedos", relata. En 2008, cuando comenzaron, en la zona casi no había antecedentes de producción vitivinícola: "Había un solo emprendimiento en El Hoyo. Nada más", reveló.

Pese a eso, decidió avanzar. "Se hicieron los análisis de suelo, trajimos un ingeniero agrónomo, tomamos asesoramiento. Todo indicaba que era apto para plantar vid". Y así fue: plantaron dos hectáreas con Pinot Noir y Sauvignon Blanc, variedades que se adaptaron al microclima del valle andino.

Pero no todo fue tan simple como suena. "Pasamos por todo: volcanes, incendios, terremotos y pandemia", resume Pedro, sin exagerar. En su primer año en Lago Puelo, el volcán Chaitén —del lado chileno— cubrió la zona de cenizas. Luego vinieron los de Puyehue y Bariloche, afectando la salud y la tierra. "Los ojos, la respiración... costaba todo", recuerda.

Durante la pandemia, la tragedia fue doble. "Nosotros elaboramos en El Bolsón, que está a tres kilómetros, pero en otra provincia. No nos dejaron pasar con la fruta y perdimos toda la producción de ese año". Como si eso no bastara, en 2021, el fuego llegó con furia. "El incendio pasó por arriba de la chacra. Vinificamos igual, pero el vino no estaba en condiciones de ser embotellado", lamentó.

Años sin producción, inversión constante, esfuerzo físico y emocional. En este marco, fue inevitable preguntar si pensaron en abandonar, pero Pedro respondió: "Pasás por todos los estados emocionales. Es muy difícil seguir adelante cuando todavía no tenés resultados. Pero la pasión, las ganas, estuvieron siempre".

Ese empuje también los llevó a pensar el proyecto más allá del vino: "Desde el inicio pensamos en el enoturismo. Estamos a 500 metros de la Ruta 40. Viene gente de todo el mundo. Y se sorprenden de que haya viñedos acá".

Hoy, Bodega Adamow —nombre que adoptaron tras no poder registrar otros tres— es una referencia del vino patagónico emergente. "En un proyecto chico no hay margen para que no haya calidad. Siempre apuntamos a eso", afirma Pedro. Y lo lograron. La producción se estabilizó, las cosechas crecieron y las visitas también.

"Este proyecto es el reflejo de que los sueños son posibles. No quiere decir que sea fácil, pero si hay constancia y pasión, lo terminás cumpliendo. Totalmente creo que se puede, y que es acá, en la Argentina", resumió.

En un país donde la incertidumbre parece parte del paisaje, la historia de Pedro y Carina es un faro. Porque como él dice: "El desafío es lindo. Tiene que ver con lo que querrás desarrollar. Y eso, si está hecho con amor, sale. Tarde o temprano, sale".

En Cerro Radal, entre viñas y montañas, hay un rincón de Argentina donde la esperanza fermenta en barricas. Y se sirve en copas.

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